“El éxito de un acto comunicativo depende de si las intenciones del hablante se interpretan adecuadamente por el oyente”.
Wetherby & Prizant, 1989.
La intencionalidad
Entre el octavo mes y el primer año de vida, los niños descubren que las acciones de los adultos no son accidentales, sino que se deben a motivaciones y siguen propósitos y objetivos. Es decir, que tiene intencionalidad. Esta capacidad para interpretar el comportamiento intencional de los demás no aparece de repente, sino que se desarrolla poco a poco. Esta habilidad mejora especialmente a partir de finales del primer año y durante el segundo año de vida.
En una primera fase, los niños se dan cuenta de que pueden seguir objetivos con sus acciones. Por ejemplo, saben que, si quieren conseguir que suene la música de un juguete, deben presionar un botón determinado. O que obtienen la respuesta de sus cuidadores cuando señalan a algún objeto situado lejos. Después, unos meses más tarde, empezarán ya a inferir las intenciones y deseos de los otros, y, por ejemplo, podrán distinguir si los adultos les están explicando algo o si les piden un objeto determinado.
Los avances motores favorecen el desarrollo de las intenciones comunicativas
Durante todo este proceso, resultan fundamentales los avances que logran los niños en las habilidades motoras. Hacia los nueve meses de edad, los niños adquieren la capacidad de sostenerse sentados sin la ayuda de nadie. Este hecho permite tener un visión más amplia del mundo y, por tanto, explorarlo de una manera más eficaz. Dejan de estar centrados en su propio cuerpo y comienzan a estar pendientes de su entorno, de las personas que le rodean y de cómo estas se relacionan con los objetos del entorno. Este cambio de perspectiva supone una revolución social para ellos que tiene como consecuencia el descubrimiento de las intenciones.
Los juegos de interacción con otras personas son fundamentales para el descubrimiento de las intenciones.
ones entre adulto y niño hacen posible que el niño reconozca a la otra persona y a sí mismo como agentes intencionales. Son especialmente importantes las interacciones entre adulto, niño y objeto, es decir, las llamadas “interacciones triádicas” . Durante estas interacciones, los niños observan la reacción de los adultos en relación a los objetos o situaciones nuevas. De esta manera, recopilan información sobre aquello nuevo que tienen enfrente de sí. Cuando observan a los adultos, descubren si aquello “es seguro tocarlo”, o “asusta”, o “hace reír”, por ejemplo. Así aprenden cómo tienen que reaccionar ellos, es decir, cómo se deben comportar en situaciones desconocidas. A esta información que ofrecen los adultos a los niños se la denomina “referencia social”.
El juego les permite entender los objetivos y propósitos de los demás. El intercambio comunicativo a tres bandas es un aspecto clave para que los niños aprendan no solo a reconocer las intenciones comunicativas de los demás, sino también sus propias intenciones. Los juegos con otras personas facilitan el desarrollo de la atención conjunta, en la que el niño está pendiente de qué le está queriendo comunicar al adulto, lo cual implica que el niño percibe que el comportamiento del adulto tiene una intención concreta.
A medida que los niños aprenden a evaluar las intenciones en las interacciones con los otros, los intercambios comunicativos se tornan cada vez más efectivos. Así, poco a poco empezarán a predecir los efectos tanto de sus actos, como de los demás.